Historia del Icono
El nombre, en cambio, que elijo es el de "Madre del Perpetuo Socorro", como es también el nombre con el que el Papa Pío IX pidió a los Misioneros Redentoristas que me dieran a conocer".
Mi historia cuenta cómo el Cielo se sirve de necesidades humanas para sus objetivos divinos. Se trata de una historia que parece complicada y aventurera pero, vista "desde arriba", es más bien una línea recta trazada a través de la historia humana.
Es la historia de un artista desconocido, de un ladrón arrepentido, de una jovencita curiosa, de una iglesia abandonada, de un viejo religioso y de un Papa.
Es, sobre todo, la historia de mi presencia en la vida apostólica de los Misioneros de la Congregación del Smo. Redentor.
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El mercader que robó a "Nuestra Señora"
En Roma cayó gravemente enfermo y fue en busca de un amigo que pudiera ayudarle. Cuando estaba a punto de morir, reveló al amigo su secreto sobre la imagen sagrada y le suplicó que la colocara en una iglesia. El amigo prometió hacerlo atendiendo sus deseos, pero también él murió sin haber cumplido la promesa.
Finalmente, la Bienaventurada Virgen se apareció a la pequeña hija de seis años de una familia romana diciéndole que indicara a su mamá y a su abuela que la imagen de la Virgen María del Perpetuo Socorro debía colocarse en la iglesia de S. Mateo Apóstol, situada entre las basílicas de Sta. María Mayor y S. Juan de Letrán.
La tradición cuenta cómo después de muchas dudas y diversas dificultades, "la madre obedeció y, tras consultar con el clero responsable de dicha iglesia, la imagen de la Virgen fue colocada en S. Mateo el 27 de marzo de 1499". Allí fue venerada durante 300 años. Enseguida comenzó la segunda etapa vinculada a la historia del icono. La devoción a la Virgen del Perpetuo Socorro se extendió por toda Roma.
Durante tres siglos en la iglesia de S. Mateo
La iglesia de S. Mateo no era grande, pero sí poseía un enorme tesoro que atrajo a los fieles: el icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro. Del 1739 al 1798, la iglesia y el monasterio adyacente fueron confiados a los Agustinos irlandeses, injustamente desterrados de su país, y que utilizaron el monasterio como centro de formación para su Provincia romana. Los jóvenes estudiantes encontraron allí un remanso de paz en presencia de la Virgen del Perpetuo Socorro mientras se preparaban al sacerdocio, al apostolado y al martirio.
En 1798, Roma fue devastada por la guerra, y el monasterio y la iglesia fueron casi totalmente destruidos. Varios Agustinos permanecieron aún allí por algún tiempo pero, al final, también debieron marcharse. Algunos regresaron a Irlanda, otros se dirigieron hacia nuevas fundaciones en América, mientras que la mayor parte se trasladó a algún monasterio cercano. Fue este último grupo el que llevó consigo la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Comienza así la tercera etapa de su historia, el tiempo de los "Años ocultos".
En 1819, los Agustinos irlandeses se trasladaron a la iglesia de Sta. María en Posterula, cerca del "Ponte Umberto I" que atraviesa el río Tíber. Con ellos, se trasladó también a la "Virgen de San Mateo". Pero al venerarse ya en esta iglesia otra imagen, la de "Nuestra Señora de las Gracias", la nueva imagen fue colocada en una capilla privada del monasterio donde allí quedó casi completamente olvidada de no haber sido por Fray Agustín Orsetti, uno de los frailes que de joven había estado en S. Mateo.
El anciano religioso y el joven monaguillo
Pasaron los años y diríase que la imagen, que se había salvado de la guerra que destruyó la iglesia de S. Mateo, se encontraba ahora sumida en el olvido.
Un joven monaguillo, llamado Michele Marchi, visitaba a menudo la iglesia de Santa María en Posterula y entabló amistad con Fray Agustín. Muchos años después, siendo ya Padre Michele, escribió:
"Aquel buen fraile solía expresarse con un cierto aire de misterio y ansiedad, sobre todo en los años 1850 y 1851cuando me dijo exactamente estas palabras: 'No olvides, hijo mío, que la imagen de la Virgen de
Fray Agustín murió en 1853 a la venerable edad de 86 años sin haber visto cumplido su deseo de que la Virgen del Perpetuo Socorro fuera nuevamente expuesta a la pública veneración. Sus oraciones y su confianza ilimitada en la Virgen María parecían no haber encontrado respuesta alguna.
El redescubrimiento del icono
En enero de 1855, los Misioneros Redentoristas compraron "Villa Caserta", en Roma, convirtiéndola en casa generalicia de la congregación misionera que ya se había extendido por toda Europa occidental y por América del Norte. En esta misma propiedad, en Via Merulana, se encontraron las ruinas de la iglesia y del monasterio de S. Mateo. Sin saberlo en aquel momento, compraron el terreno que, muchos años antes, había elegido la Virgen como santuario suyo, entre Santa María Mayor y S. Juan de Letrán.
Cuatro meses después se comenzó la construcción de una iglesia en honor del Smo. Redentor, dedicada a S. Alfonso de Liguori, fundador de la Congregación. El 24 de diciembre de 1855, un grupo de jóvenes comenzaba el noviciado en esta nueva casa. Uno de ellos era Michele Marchi.
Los Redentoristas demostraron tener un enorme interés por la historia de la propiedad adquirida; mucho más cuando, el 7 de febrero de 1863, un famoso predicador jesuita, el Padre Francesco Blosi, hizo referencia en su sermón al tema del icono de María que "estuvo en la iglesia de S. Mateo en Via Merulana y que era conocido como "La Virgen de S. Mateo" o, más exactamente, como la "Virgen del Perpetuo Socorro".
En otra ocasión, el cronista de la comunidad redentorista, "examinando algunos autores que escribieron sobre la antigüedad romana, se encontró con referencias a la iglesia de S. Mateo. Entre éstas, había una cita en que se hablaba de la iglesia (que había estado situada dentro del perímetro del jardín de la comunidad) y en la que había habido un antiguo icono de la Madre de Dios que gozó de gran veneración y fama debido a sus milagros". Luego, "tras contar todas estas cosas a la comunidad, se abrió un debate sobre cómo encontrar la imagen. El Padre Marchi se acordó de todo lo que le había contado Fray Agustín Orsetti y dijo a sus cohermanos que había visto aquel icono con mucha frecuencia y que sabía dónde se hallaba".
Recepción del Icono por parte de los Redentoristas
"Diciembre, 11, 1865: El Cardenal Prefecto de Propaganda debe llamar al Superior de la comunidad de Santa María en Posterula diciéndole que es Nuestro deseo que la imagen de la Santísima Virgen, de la que se habla en esta petición, sea nuevamente colocada entre San Juan y Santa María Mayor. Los Redentoristas se encargarán de reemplazarla con otra imagen adecuada".
Según la tradición, fue entonces cuando el Papa Pío IX dijo al Superior General de los Redentoristas: "Dadla a conocer al mundo entero". En el mes de enero de 1866, los Padres Michele Marchi y Ernesto Bresciani fueron a Sta. María en Posterula para recibir la imagen de manos de los Agustinos.
Hubo que proceder a la limpieza y restauración del icono. La tarea se le confió al artista polaco Leopold Nowotny. Finalmente, el 26 de abril de 1866, la imagen fue expuesta nuevamente a la pública veneración en la iglesia de S. Alfonso en Via Merulana.
Con este hecho dio comienzo la cuarta etapa de su historia: la difusión del icono por el mundo entero.
La última restauración del Icono
El icono restaurado |
En
1990, la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro
fue retirada del altar mayor para hacerle nuevas
fotos al icono. Fue entonces cuando se descubrió
el serio deterioro en que se encontraba: tanto
la madera como la pintura habían sufrido seriamente
los cambios medioambientales registrados así como
los torpes intentos de restauración. El Gobierno
General de los Redentoristas decidió recabar los
servicios técnicos del Museo Vaticano para proceder
a una restauración general del icono que solucionara
el fenómeno de agrietamiento y de hongos que amenazaban
con ocasionarle daños aún más graves y de imposible
restauración.
La primera parte de la restauración consistió en una serie de sesiones de rayos equis, de imágenes infrarrojas, de análisis cualitativos y cuantitativos del barniz, así como de otras pruebas con rayos infrarrojos y ultravioleta. El resultado de estos análisis y, sobre todo, un examen con carbono 14 indicó que la madera del icono del Perpetuo Socorro podía datarse tranquilamente en los años 1325-1480.
La segunda fase de la restauración consistió en la labor física de retocar las partes dañadas, reforzar la estructura que sustentaba el icono, etc. Esta intervención física se limitó a lo estrictamente necesario como sucede en las operaciones quirúrgicas del cuerpo humano puesto que todo trabajo de restauración provoca siempre algún trauma. El análisis artístico databa la pigmentación del barniz en una fecha más reciente (después del siglo XVII): esto explicaría por qué el icono presenta una síntesis de elementos orientales y occidentales, sobre todo en lo referente a los rostros.
La primera parte de la restauración consistió en una serie de sesiones de rayos equis, de imágenes infrarrojas, de análisis cualitativos y cuantitativos del barniz, así como de otras pruebas con rayos infrarrojos y ultravioleta. El resultado de estos análisis y, sobre todo, un examen con carbono 14 indicó que la madera del icono del Perpetuo Socorro podía datarse tranquilamente en los años 1325-1480.
La segunda fase de la restauración consistió en la labor física de retocar las partes dañadas, reforzar la estructura que sustentaba el icono, etc. Esta intervención física se limitó a lo estrictamente necesario como sucede en las operaciones quirúrgicas del cuerpo humano puesto que todo trabajo de restauración provoca siempre algún trauma. El análisis artístico databa la pigmentación del barniz en una fecha más reciente (después del siglo XVII): esto explicaría por qué el icono presenta una síntesis de elementos orientales y occidentales, sobre todo en lo referente a los rostros.
El
Mensaje del Icono
Este querido icono puede parecer extraño a nuestros ojos occidentales. No presenta a María como una joven delicada de ojos sumisos. Su mirada directa y sus rasgos firmes llaman nuestra atención. Quedamos impresionados por la apariencia poco realista de las figuras. Jesús tiene las dimensiones de un niño pequeño pero sus rasgos son de otro mayor. María y Jesús no forman parte de una escena, sino que están colocados sobre fondo dorado.
Este querido icono puede parecer extraño a nuestros ojos occidentales. No presenta a María como una joven delicada de ojos sumisos. Su mirada directa y sus rasgos firmes llaman nuestra atención. Quedamos impresionados por la apariencia poco realista de las figuras. Jesús tiene las dimensiones de un niño pequeño pero sus rasgos son de otro mayor. María y Jesús no forman parte de una escena, sino que están colocados sobre fondo dorado.
Es así como debemos acercarnos a esta pintura. El artista, consciente de que nadie en el mundo podría saber nunca qué aspecto tuvieron realmente María o Jesús y de que tampoco su santidad podría nunca ser pintada en términos puramente humanos, ha reflejado su belleza y su mensaje a través de símbolos.
¿Qué ves cuándo miras la imagen?
Es una mujer importante, una mujer de autoridad, de cierto nivel. Está colocada sobre un fondo dorado, símbolo del cielo durante la Edad Media. Y va vestida de azul oscuro con franjas verdes y túnica roja. Azul, verde y rojo fueron los colores de la majestad. Solamente a la emperatriz se le concedía vestir con estos colores.
Las letras sobre su cabeza la proclaman Madre de Dios (en griego).
Mirando la pintura entendemos que tiene el poder de interceder por nosotros en el cielo.
La mirada de María se fija en ti, pero tiene en brazos a Jesús. En los iconos bizantinos, María no es representada nunca sin Jesús porque Jesús ocupa el centro de la fe. También Jesús va vestido con colores reales. Solo el emperador podía vestir túnica verde, con una franja roja y con el brocato dorado que aparece en la pintura. Las iniciales griegas decoradas con una cruz, a la derecha del niño y de su aureola, proclaman que él es "Jesús, el Cristo".
Jesús no nos mira, tampoco mira a María ni a los ángeles. Aunque se aferra a su madre, mira a lo lejos, a algo que no podemos ver - algo que le ha hecho acudir tan de prisa a su madre que una de sus sandalias casi se le ha desprendido, debe tratarse de algo que lo impulsa a apretarse junto a la madre para encontrar allí protección y amor.
¿Qué puede ocasionarle tanto miedo a un niño que, por añadidura, es Hijo de Dios?
Las figuras que aletean a ambos los lados de Jesús y de María - las letras griegas los identifican con los arcángeles Gabriel y Miguel - nos dan la respuesta. En lugar de arpas y trompetas de alabanza, dichos arcángeles van cargados con los instrumentos de la Pasión de Cristo.
A la derecha, Gabriel sujeta la cruz y cuatro clavos.
Jesús ha entrevisto su suerte - el sufrimiento y la muerte que le aguardan. Aunque es Dios, también es humano y, como tal, tiene miedo ante su futuro terrorífico. Y acude a la madre que lo aprieta junto a sí en este momento de pánico, tal como estará cerca de él durante toda su vida y en la hora de su muerte. No puede ahorrarle el sufrimiento, pero puede expresarle su amor y confortarlo.
Pero entonces, ¿por qué nos mira María tan intensamente en lugar de hacerlo con el hijo que la necesita? Su mirada nos hace penetrar en la historia, nos hace protagonistas de la pintura y del dolor. Su mirada nos dice que así como Jesús ha corrido hacia su madre para encontrar en ella amparo, también nosotros podemos acudir a María.
Su mano no rodea, en protector apretón, las manitas de su hijito asustado, sino que permanece abierta, invitándonos a poner también nuestras manos en la suya y a unirnos a Jesús.
María sabe que en la vida hay muchas cosas peligrosas y terroríficas, y que necesitamos a alguien a quien acudir durante el tiempo de sufrimiento y de angustia. Nos ofrece el mismo consuelo y el mismo amor que dio a Jesús. Nos dice que acudamos a ella, rápidamente como lo hizo Jesús, tan veloces que no demos importancia alguna a cómo nos encontramos o a cómo vamos vestidos con tal de que lleguemos.
Y tú, ¿a qué esperas?
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